La inclusión empieza dentro de cada uno
Estamos viviendo un momento en el que una de las formas en la que la tensión de las múltiples crisis que vivimos se manifiesta es la polarización. Aunque la polarización no es nueva en nuestra cultura, está más pronunciada en este momento. Cada vez las posturas se alejan más y en este alejamiento cada una se afianza en la creencia de que su versión de la realidad es la correcta y en la necesidad de convencer, o en su defecto, de al menos dominar y en lo posible eliminar al “otro”.
No creo que la polarización nos vaya a llevar a un espacio colectivo en el que podamos crear las soluciones que necesitamos. La polarización está de alguna manera inherente en las diferentes crisis que estamos viviendo, y como dijo Einstein, no es posible solucionar un problema desde el mismo nivel en el que fue creado.
Este momento está pidiendo algo diferente de la humanidad y por lo tanto de cada uno de nosotros. Creo que uno de los elementos esenciales que nos está pidiendo es nutrir una cultura inclusiva; una cultura en donde exista la madurez para reconocer y respetar la diversidad, para escuchar con apertura y curiosidad a todas las partes, y desde este espacio descubrir lo que cada una tiene para contribuir y aportar. Las respuestas que buscamos no están en uno u otro lado; las vamos a empezar a construir cuando logremos crear el espacio capaz de albergar todas las diferencias, trascendiendo lo que crea separación.
Llegar a este nivel de madurez requiere sanación. Para sanar necesitamos tomar el tiempo y el espacio para ver, sentir, aceptar, procesar e integrar lo que nos ha llevado a lo que estamos viviendo. Necesitamos reconocer y aceptar lo que colectivamente hemos creado, tanto la belleza como el dolor, desde la inclusión y compasión del amor incondicional.
Esta ha sido una de las lecciones más importantes que he aprendido al recorrer mi propio camino. He aprendido que, para tener apertura a la diversidad, necesito ver, acoger y aceptar todo de mí. Lo que me gusta y lo que no, lo que comparto con otros y lo que escondo, la culpa, la vergüenza, el miedo, el juicio, el dolor … todas mis experiencias de vida. He aprendido que entre más puedo verme y aceptarme en amor incondicional, más puedo hacer lo mismo por los demás.
He aprendido que la inclusión empieza conmigo misma; que cuando cada parte de mí se siente vista, escuchada y aceptada incondicionalmente, experimento el poder sanador de la inclusión; las polaridades se harmonizan y sus cualidades se integran.
Las soluciones a las crisis que estamos viviendo no van a surgir desde la polarización. Necesitamos llegar colectivamente a un espacio que pueda contener todas las diferencias y diversidad en una perspectiva más amplia. Es desde este lugar que sanaremos lo que necesita ser sanado y surgirá algo nuevo.
Esto empieza con cada ser humano sanando e integrando los lugares de sí mismo en conflicto, aquellos que ha excluido. No en ejercicio intelectual, sino desde el amor y la inclusión incondicional del corazón; desde la vulnerabilidad y el coraje de un corazón que es capaz de ver y sentir todo tal cual es.
El corazón es el único capaz de trascender la cultura de división y polarización. Si dejamos que el corazón se abra al sentir nuestras experiencias y las experiencias colectivas que estamos viviendo, encontraremos el lugar en nosotros que reconoce que hay una sola vida aquí; que es capaz de ser compasivo con nuestras experiencias individuales y colectivas; que tiene el coraje de entregarse a un propósito que va más allá de una búsqueda individual de seguridad y bienestar, y que tiene el amor y la sabiduría para nutrir una cultura inclusiva en donde el planeta como un todo sane y florezca.